Sabido es que los empresarios,
salvo excepciones, somos poco dados a aparecer en los medios de comunicación
para otra cosa que no sea dar a conocer la realidad de nuestros proyectos o
planteamientos en comparecencias que permitan publicitar el avance de nuestras
empresas. La discreción suele acompañar a la labor callada de la mayor parte y
esa misma discreción se traslada con más intensidad a los ámbitos en que
actuamos de manera coordinada o conjunta, es decir las patronales. En las
discusiones, debates o exposición de cuestiones que puedan rozar la discrepancia pública o la necesaria
intervención de los distintos agentes, sean sociales o políticos, en las
organizaciones empresariales se suele imponer el silencio institucional aunque
las diferencias internas sean manifiestas.
Sin embargo, la actualidad nos está deparando
noticias, comentarios, intervenciones políticas de calado en relación con
múltiples asuntos de gran importancia para el presente y futuro de la economía,
e incluso escándalos, en los que los empresarios, casi siempre para mal,
estamos presentes o incluso somos protagonistas, sin que las distintas
patronales que pudieran verse afectadas por ello, especialmente la gran
patronal CEOE, parezcan darse por aludidas pese a que la proliferación de los
mismos pueda estar afectando seriamente a su credibilidad.
La tendencia a lo que podemos
denominar como exceso de prudencia en
los posicionamientos públicos de las organizaciones empresariales, en
consecuencia, se ha ido incrementando en
estos tiempos, afectando a la producción de sus debates internos en los que
parece ausentarse el sentido crítico de toda organización que pretenda, como
las patronales, representar dignamente a empresarios de condiciones, dimensión
y personalidades muy dispares.
Quizás se deba a un superávit de
mesura, propia, como decimos, del carácter del empresario y necesaria para el
desarrollo de sus proyectos, pero en momentos tan graves como los actuales nos preguntamos si no sería bueno que los
asuntos de mayor relevancia, al menos, tuvieran una respuesta institucional y
bien motivada para cuestiones tan espinosas como las que abordaremos a
continuación.
Empezaremos por la CEOE, que arrastra su decadencia desde hace
unos años en que se produjo el cambio de un Presidente, José María Cuevas, que
había alargado en exceso su mandato en espera de encontrar un candidato de
consenso que continuara su obra y tan solo unos meses después de realizado pudo
comprobar cómo la gran patronal enfilaba un futuro bien distinto, aunque no por
ello ni más claro ni mejor definido. Realizada la sustitución, durante un
tiempo CEOE se distrajo en el debate político sobre la necesaria reforma
laboral pero sin aportar más que unas escasas directrices y colaborando con
ellas al desgaste político y empresarial de la organización.
Diaz Ferrán, el nuevo Presidente,
en estos momentos de la más triste actualidad, más que de abrir definitivamente
la patronal, se afanó en los cambios internos, sustitución de los antiguos
gestores, ampliación de sus apoyos con el aumento hasta el absurdo del número
de vicepresidentes, lo que hacía
inoperativos a todos ellos, cosa que había ensayado previamente en la patronal
madrileña y en establecer una nueva doctrina, supuestamente liberal, que partía
de la base de que “la mejor empresa pública es la que no existe”, olvidando que
el grueso de sus negocios estaban centrados en la adjudicación de la gestión de empresas públicas y que su papel
no debería ser el de ideólogo sino el de buen gestor de amplios y variados
intereses empresariales y del difícil equilibrio entre todos ellos.
La industria y su falta de
futuro, la debilidad de los sectores más importantes de nuestra economía, , las
burbujas especulativas financiera, de la construcción y de las propias
infraestructuras, la proliferación de empresas e instituciones económicas
públicas que distorsionan los mercados y eluden la exigente fiscalidad de
ayuntamientos y Comunidades autónomas, el desorden en el funcionamiento del
mercado interior, todos estos asuntos y otros muchos más no merecieron más que
insulsos debates en los órganos de gobierno de la patronal y débiles notas de
prensa para cubrir el expediente.
Así, no es extraño que se hayan
ido incorporando al debate y a la participación institucional otros entes
creados para sustituir la incapacidad de CEOE, como el llamado Consejo para la
Competitividad, representación de las grandes empresas ante las distintas
instituciones, dada su escasa relevancia en dichos órganos y posiblemente
conscientes de la inoperatividad y escaso valor de los mismos. Otros, como el
Instituto de la Empresa Familiar y alguno más, han ido ocupando espacios
institucionales y ante la opinión pública, que CEOE iba abandonando lastrada
por la incapacidad de sus órganos de decisión, al tiempo que se hacía más
patente su decadencia y la de muchas de sus organizaciones.
Con el obligado abandono de Díaz
Ferrán se produjo un cambio cosmético con la aparente finalidad de recuperar la
relevancia y el tiempo perdidos, pero con los mismos planteamientos, personas y
estilo que en el periodo previo, por lo que la sensación de ausencia de la
patronal de los grandes problemas que nos aquejan se ha ido incrementando y su
silencio es cada día más clamoroso.
Asombra su falta de
posicionamiento ante la debacle de las Cajas de Ahorro y el consiguiente
hundimiento de nuestro sistema financiero, necesitado de enormes ayudas
externas, sin que se haya oído una queja, reproche o análisis sereno del papel
que muchos representantes de las distintas patronales han tenido, por acción,
omisión o, lo que es peor, tratándose de empresarios, desconocimiento supino
del marco financiero.
Igualmente sorprende su
incapacidad para asumir el debate y las posibles soluciones, con un mínimo de
rigor, ante la desaparición de cientos
de miles de proyectos empresariales de toda dimensión, la desprotección de los autónomos y las
pequeñas y medianas empresas, sin recursos ni ánimo para continuar, el silencio
ante el marco fiscal que las ahoga y la falta de crédito, sin más que unas
limitadas intervenciones para cubrir el expediente, todas ellas consecuencias
de un falso cambio que no ha servido más que para mantener
a flote la antigua superestructura y los intereses de unos pocos, impuestos por
el anterior Presidente de CEOE y sostenidos por el actual.
Para dentro de poco se nos
anuncia una nueva Ley de Cámaras, como siempre una Ley impuesta, para la continuidad de unas Cámaras
de Comercio, también como siempre aparentemente decididas a cubrir el hueco que
dejan las patronales, bien tuteladas y dirigidas por los poderes públicos, que
se ocuparán de aportar sus dirigentes y, como siempre, preparadas para mantener
la dicotomía entre “patronales” y “camerales”, ahondando en sus diferencias,
por más que se haya presentado recientemente el nuevo y deslumbrante proyecto,
aún desconocido, en un gran acto celebrado en Madrid hace poco tiempo,
financiado por las empresas líderes del Consejo para la Competitividad y con la
significativa ausencia de los más importantes dirigentes de la patronal, pero
sin que haya salido una sola palabra de ninguno de ellos, ni aceptando ni
rechazando el incierto proyecto.
Y de mercado único interior y su
defensa, ni una sola palabra. Parece que la amenaza de secesión de Cataluña no
fuera un problema también, de la mayor importancia para todos los empresarios y
que, siguiendo el esquema definido, lo mejor es no hablar de ello, ocurra lo
que ocurra. Es la discreción y la prudencia llevados hasta el último extremo
aún cuando un eminente miembro catalán del nuevo equipo, el inefable Sr.
Gaspart, presidente de la Comisión de Turismo de la CEOE y candidato a presidir
Turespaña, acabe de declarar que “los empresarios catalanes, cuando volvemos de
Madrid, nos sentimos más independentistas”.
Es fácil suponer que tal desahogo
de tan relevante miembro del empresariado catalán y español, por extensión, sea
analizado y, en su caso, sus palabras matizadas convenientemente pero, como en todas
las cuestiones anteriores la patronal, si acaso, se limitará a emitir un desmayado comentario
para que todo continúe igual como hasta ahora. Es decir, cuesta abajo.
Enrique Martínez Piqueras
Presidente de Fedesma